IC 146 - Cambio de guardia en el Distrito

Que Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de las Américas, guarde bajo su manto maternal el Distrito de América del Sur, y que guíe y proteja al R. P. Mario Trejo, mi sucesor, a quien deseo todo bien, toda bendición y toda satisfacción en su nuevo cargo.

Editorial del Superior del Distrito

El pasado 16 de julio, en la fiesta de Nuestra Señora del Carmen, dejé este magnífico Distrito de América del Sur, a cuyo frente fui puesto hace ya once años. Al llegar yo no conocía nada de este continente. He descubierto una hermosa cristiandad, algo menos estropeada que la de Europa, y con mis viajes me di cuenta cuán extraordinario fue el trabajo apostólico que los misioneros realizaron después de llegar en estas regiones inmensas y tan atrapantes.

Gracias a sus trabajos y sus sacrificios, América del Sur ha sido íntegramente evangelizada. No hay ningún país donde la Iglesia no haya sido establecida. Es un ejemplo único. ¿A qué se debe tal éxito? Porque los soberanos españoles y portugueses, realmente católicos, no sólo querían conquistar nuevas tierras, sino también responder a la llamada del Sumo Pontífice que les pedía llevasen el Evangelio a las poblaciones paganas que encontraban. Ninguna otra potencia colonial supo realizar esta labor de evangelización y colonización. En efecto, ni África, ni Asia fueron totalmente entregadas a la Iglesia, a pesar del admirable trabajo de los misioneros y gran número de colonos. La falta recae principalmente sobre los dirigentes políticos de la época, que en nombre de los principios de la laicidad entorpecieron el impulso evangelizador de estos pueblos. El Padre de Foucault se quejó de esto muchas veces cuando se hallaba en medio de los musulmanes: “Hace ochenta años que estamos en Argelia, y nos hemos ocupado tan poco de la salvación de las almas de los musulmanes, que se puede decir que no nos hemos ocupado. Si los cristianos de Francia no comprenden que tienen el deber de evangelizar sus colonias, será una falta sobre la que rendirán cuentas, y esto será la causa de la pérdida de un montón de almas que hubiesen podido salvarse. Si Francia no administra a los habitantes de su colonia mejor de lo que lo que lo ha hecho, la perderá, y esto causará un retroceso de estos pueblos a la barbarie, con la pérdida de la esperanza de cristianizarlos por mucho tiempo”.(1)

Lo que vemos actualmente le da totalmente la razón. Vemos en qué estado se encuentran los países de África y de Medio Oriente, amenazados por el integrismo musulmán, mientras que los cristianos son expulsados y martirizados.

América del Sur se ha convertido hoy en día en la cristiandad más grande del mundo católico. La fe lo ha impregnado todo: su cultura, sus instituciones, el arte, y ha sido un modelo de fervor y de dinamismo. Vemos las masas afluir, incluso hoy en día, a los lugares de peregrinación en honor de la Santísima Virgen María, que tan venerada es. Es importante subrayar que la fe católica ha sido lo que ha dado unidad a toda la América Latina, tal como esa misma fe la que hizo la Europa de la Edad Media.

Lamentablemente esta unidad se fisuró cuando Europa, y más particularmente Francia, ex-portaron en el siglo XIX los principios mortíferos de la Revolución Francesa, que exacerbó los nacionalismos y fragilizó el cristianismo. Luego, hacia mediados del siglo XX vino el Concilio Vaticano II, que remató esta obra destructiva. ¡Esta hermosa armonía voló por los aires! En nombre de la libertad religiosa y bajo la presión del Vaticano, los países de América del Sur renunciaron uno a uno a la religión católica como fundamento de sus constituciones. Entonces las sectas aprovecharon este enfriamiento de la fe católica y el espacio que les era concedido para difundirse por todas partes.

El modernismo y la teología de la liberación gangrenaron la sociedad sudamericana hasta sus fundamentos mismos. En este sentido, Brasil pierde cada año el 1% de los fieles y los otros países siguen el mismo camino. Las sectas protestantes, sobre todo las evangélicas financiadas por los dólares de los Estados Unidos, inundan las ciudades y los poblados, reclutando adeptos principalmente entre los más pobres y más vulnerables. Con un retraso de veinte años en relación a la vieja Europa, América del Sur ve cómo poco a poco se vacían sus seminarios y cómo retrocede sensiblemente la práctica religiosa. Sólo las congregaciones religiosas más conservadoras resisten a esta erosión inexorable. El clero joven sale de los seminarios deformado por los errores modernistas y la teología de la liberación.

No puedo evitar decirles lo que me comentaba hace poco tiempo un obispo muy conocido, cuando yo le informaba que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X se esforzaba por desarrollar en el distrito la obra de las escuelas para formar una juventud realmente católica: “Si ustedes quieren que los niños pierdan la fe y que crezcan en la inmoralidad, inscríbanlos en las escuelas de la diócesis. ¡Los sacerdotes y los religiosos dan un ejemplo deplorable!” ¡Qué lucidez más aterradora!

Para guardar la fe, para salvar sus almas y las de sus hijos, los laicos han lanzado una llamada a Monseñor Lefebvre para que funde prioratos, un seminario y escuelas en América Latina. Desde hace treinta y cinco años, a pesar de las pruebas, los abandonos y las dificultades sin cuento, la Divina Providencia no ha dejado de bendecir nuestro distrito, gracias al celo de sus sacerdotes como así también a la generosidad de sus benefactores. Actualmente el distrito tiene cuarenta y dos sacerdotes, dos hermanos y una religiosa oblata, repartidos en once prioratos; se han abierto cuatro escuelas de la Fraternidad y otras dos han sido fundadas por las madres dominicas;(2) Dom Lourenço, O.S.B., también ha abierto una recientemente en Río de Janeiro, Brasil. En total tenemos alrededor de ochocientos alumnos.

A estas obras hay que agregar nuestro Seminario de La Reja, que tiene veintitrés seminaristas, seis sacerdotes, dos hermanos profesos, dos postulantes hermanos, un hermano novicio y once jóvenes en el año de humanidades, formándose todos en la vida intelectual, en la piedad y reflexionando sobre una posible vocación. A pesar de la crisis espiritual que sacude a la Iglesia y a la sociedad, año tras año numerosas vocaciones vienen a golpear las puertas del Seminario. Son pequeños milagros de la gracia.

Nuestros prioratos son bastiones de la fe, en los que poco a poco nos esforzamos en restablecer el tejido de la Tradición católica que la revolución conciliar ha querido desgarrar. ¡Qué consolación es poder celebrar la liturgia multisecular, la que ha santificado tantas generaciones de católicos, en nuestras iglesias y capillas renovadas! ¡Qué bálsamo es ver numerosos jóvenes fundar hogares católicos resplandecientes, decididos a sacrificarlo todo para guardar la fe y transmitirla a sus hijos! ¡Cuán reconfortante es observar las obras de caridad que renacen paulatinamente alrededor de estos prioratos, para consolar a los que sufren y socorrer a los más desamparados! ¡Cómo no dar gracias a Dios por las bendiciones que concede a nuestras escuelas, a pesar de los múltiples obstáculos que tuvimos que remontar! Claro, todo esto ha sido levantado a veces al precio del dolor y de las lágrimas; pero estas pruebas son la vía real de la Cruz que Cristo abrió y en la que nos invita a seguirlo para llevarnos a su gloriosa resurrección.

A pesar de tener que sufrir, no debemos desesperarnos a causa del ostracismo doloroso que nos manifiestan las autoridades de la Iglesia. Esta es la manera en la que tenemos que unirnos a la pasión que atraviesa la Iglesia. Somos como aquellas santas mujeres del Evangelio y San Juan al pie de la Cruz. Lo único que los sostenía era la fe; tal como ellos ignoraban por cuánto tiempo la divinidad de Cristo iba a quedar en sombras, así tampoco nosotros sabemos cuánto tiempo durará este eclipse que pesa sobre la Iglesia.

Sabemos sin embargo que algún día esta prueba llegará a su fin. En estos tiempos difíciles guardemos sobre todo los ojos fijos en la verdad eterna y practiquemos la caridad. Entonces la gracia de Dios nos preservará de la pendiente peligrosa del celo amargo y del desaliento para llevar adelante el combate de la fe. He aquí lo que nos dice el autor de la “Imitación de Cristo”: “Está, pues, preparado para la batalla, si quieres conseguir la victoria. Sin pelear no puedes alcanzar la corona de la paciencia. Si no quieres padecer, rehúsa ser coronado; pero si deseas ser coronado, pelea varonilmente, sufre con paciencia. Sin trabajo no se llega al descanso, ni sin pelear se consigue la victoria”.(3)

Al Superior General, que me ha confiado este magnífico distrito; a mis queridos cófrades, que se dedican generosamente al apostolado; a los hermanos adjuntos de los sacerdotes, que los ayudan con tanto empeño y abnegación; a nuestras religiosas de la Fraternidad San Pío X, que rezan por nosotros y nos ayudan en el apostolado con tanta caridad y humidad; a las hermanas dominicas, que abrieron dos escuelas en Argentina y que tanto bien hacen a las almas de las jóvenes niñas de las que se ocupan y a sus familias; a todos ustedes, queridos amigos y fieles, que nos sostienen en el apostolado y que nos tienen confianza: a todos quisiera expresarles toda mi gratitud, asegurarles mis oraciones y encomendarme a las vuestras. Por todo esto digo: ¡Deo Gratias!

Que Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de las Américas, guarde bajo su manto maternal el Distrito de América del Sur, y que guíe y proteja al R. P. Mario Trejo, mi sucesor, a quien deseo todo bien, toda bendición y toda satisfacción en su nuevo cargo.

¡Que Dios los bendiga a todos!

Padre Christian Bouchacourt
Superior del Distrito de América del Sur


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