IC 147 - San Pío X - A cien años de su muerte

El presente número de esta revista conmemora el centenario de San Pío X en su ingreso en la gloria celestial. Es ocasión propicia y providencial para que, evocando figura y doctrina de nuestro santo Patrono, recordemos los lineamientos de acción para una verdadera restauración.

Editorial del Superior del Distrito

Instaurar en Cristo todas las cosas -Un mismo programa de acción

Estimados Lectores, por primera vez tengo la alegría de dirigirme a ustedes encomendando el Distrito a la Virgen Inmaculada para que Ella, sin atender a la personal miseria, lo proteja cual poderosa Reina. Cabe recordar aquí, agradeciendo, los once años de trabajo intenso y abnegado del querido Padre Bouchacourt, quien ha sido ahora nombrado Superior del gran Distrito de Francia, su tierra natal. Que nuestra Buena Madre nos conceda aquí y allí la gracia de la santidad de nuestra vocación y la fidelidad a la Iglesia y a la obra de nuestro venerado fundador.

El presente número de esta revista conmemora el centenario de San Pío X en su ingreso en la gloria celestial. Es ocasión propicia y providencial para que, evocando figura y doctrina de nuestro santo Patrono, recordemos los lineamientos de acción para una verdadera restauración. Abordaremos en esta editorial la primera encíclica de San Pío X, “E supremi apostolatus”, publicada en la fiesta de San Francisco de Asís de 1903. Las citas serán de dicho documento.

I — 1914 y 2014, un contexto común

Algún lector podría objetar falta de actualidad evocar la doctrina de un Papa que hace cien años moría. En efecto, la situación presente es distinta al inicio del siglo XX. Lo del ébola, por ejemplo, es de último momento. La crisis económica, la aparición del Estado Islámico con sus decapitaciones, dos obispos vestidos de blanco en Roma —uno emérito y otro en funciones, dicen—, los osados ensayos de reconocimiento institucional de lo contra-natural (promovido por el lobby gay), son realidades tan actuales e inimaginables ante las cuales el mensaje de nuestro Patrono podría parecer fuera de tiempo. Sin embargo, en una lectura rápida de la encíclica citada, podemos verificar que hay muchos elementos comunes entre el tiempo de San Pío X y el nuestro: tristeza y angustia en el panorama mundial, sombras de guerra y deseos de paz, rechazo de Dios y establecimiento de un orden sin Cristo o anticristo.

Primer punto común: una situación mundial desalentadora y agobiante, desesperante. “Tristísima es la situación en la que se encuentra la humanidad, humani generis conditio afflictissima”, la describía San Pío X. Y hoy, ¿cómo se vive? Robo y violencia, inseguridad y delincuencia, vida desenfrenada y corrupción, fracasos matrimoniales y desunión, falta de instrucción y ausencia de humana formación, desempleo e inflación, son algunos de los tantos elementos del mundo moderno que no transmite sino una tristeza y desesperanza galopante.

Segundo elemento común: rumores de guerra y aspiraciones de paz. San Pío X vivió una situación de confrontación mundial: “E supremi apostolatus” describe la vigilia del estallido como “una lucha de todos contra todos, fere omnium in omnes pugna”, y de hecho murió en vísperas del inicio de la Primera Guerra. Nosotros, ¿sufrimos la amenaza de una gran guerra? Recientemente el Papa Francisco advertía sobre una presente tercera guerra mundial por la cantidad de conflictos locales y la amenaza de nuevas guerras. Quizás. El tiempo lo dirá.

En todo caso, los rumores de guerra angustian el corazón. Las sombras de muerte debilitan la razón. Ante esta pesadumbre de temor y pánico, el alma clama, ayer y hoy, por la paz. “El deseo de paz conmueve sin duda el corazón de todos y no hay nadie que no la reclame con vehemencia”.
 

  • El rechazo de Dios: “apártate de nosotros”. Otro elemento que perdura desde el tiempo de San Pío X: el rechazo de Dios. “La sociedad actual, más que en épocas anteriores, está afligida por un íntimo y gravísimo mal que la está llevando hasta la muerte… Es la defección y la separación de Dios, defectio abscessioque a Deo”. Esta es la causa de la muerte del mundo. “Contra su Autor se han amontonado las gentes y traman las naciones planes vanos; parece que de todas partes se eleva la voz de quienes atacan a Dios: apártate de nosotros”. “No se tiene en cuenta la ley de su poder supremo en las costumbres, ni en público ni en privado”. Hoy, basta abrir el periódico para constatar la actualidad del análisis de San Pío X. Burlas y odio contra Dios y su Iglesia son el amargo pan cotidiano de nuestra existencia. ¡Apártate de nosotros!
     
  • Un orden sin Cristo o anticristo. “Quien considere todo esto tendrá que admitir de plano que esta perversión de las almas es como una muestra, el prólogo de los males que debemos esperar en el fin de los tiempos; o incluso pensará que ya habita en este mundo el hijo de la perdición de quien habla el Apóstol”.

Este orden social sin Cristo —o más bien, anticristo— consiste en quitar la religión, destruir la piedad, impugnar los documentos de la fe revelada (revelatae fidei documenta oppugnari), apartar a Dios del hombre.

¿Y qué hará el hombre al quedarse sin Dios? Él mismo se hará dios: “Esta es la señal propia del Anticristo… El hombre mismo, con temeridad extrema ha invadido el campo de Dios, exaltándose por encima de todo aquello que recibe el nombre de Dios… Se ha consagrado a sí mismo este mundo visible como si fuera su templo, para que todos lo adoren. Se sentará en el templo de Dios, mostrándose como si fuera Dios”.

II – El Concilio que promovió el culto al Hombre

Vemos aquí un factor propio de nuestro tiempo que San Pío X no sufrió, aunque quizás con temor intuyó. Un mal acaecido entre 1914 y 2014: Vaticano II, que oficializó un vuelco antropocéntrico de la religión católica. Lo que San Pío X (Papa verdaderamente santo, aclaración ex professo intercalada al compararlo con algunos nuevos supuestos beatos y santos)(1) señalaba sobre el culto al hombre, se ha hecho realidad, ay, en el mismo templo santo de Dios que es la Iglesia: “nosotros —y más que nadie— tenemos el culto del hombre”, orgulloso proclamó Pablo VI al terminar el Concilio. El culto del hombre…

Vale la pena recordar brevemente la homilía citada, del 7 de diciembre de 1965, siendo ella paradigmática. Pablo VI reconoce allí que la característica de este Concilio ha sido su gran interés por el hombre moderno. “El valor del Concilio es grande porque todo se ha dirigido a la utilidad humana”. Ha sido un cambio de actitud —del habitus mentis en el texto latino— en comparación a los últimos tiempos de la Iglesia cuando se enfrentaba abiertamente al mundo. Adrede se evitó la condena y el enfrentamiento al Hombre moderno: “La religión, es decir, el culto del Dios que se ha querido hacer hombre, se ha encontrado con la religión —porque tal es—, esto es, el culto del hombre que se quiere hacer Dios. ¿Qué ha sucedido? ¿Un choque, una lucha, una condenación? Certamen, proelium, anathema? Podía haber sido pero no se produjo… Un inmenso amor a los hombres todo lo ha penetrado…” El motivo invocado para este cambio es entonces la caridad… Aquí uno sorprendido le podría preguntar al Concilio: ¿sólo ustedes han tenido caridad? Los Papas anteriores, los obispos durante veinte siglos, han llegado a un enfrentamiento con el mundo ¡¿por no tener caridad?!

El Papa conciliar continúa: “Vosotros, humanistas modernos, que renunciáis a la trascendencia de lo supremo, atribuid al Concilio siquiera este mérito y reconoced nuestro nuevo humanismo: también nosotros —y más que nadie— tenemos el culto del hombre, nos etiam, immo nos prae ceteris, hominis sumus cultores”. Incluso afirma que la Iglesia se ha hecho, en cierta manera, sierva y esclava de la humanidad: Ecclesia quodammodo se professa est ancillam humani generis. Concluye Pablo VI recordando que este Concilio, si bien es auténtico, no es magisterio infalible y que toda su riqueza doctrinal viene de que está al servicio del Hombre.

Ésta será, lo verificamos con el paso de los años, una nueva modalidad en la Iglesia: los que enseñan, tienen autoridad pero ya no invocan la infalibilidad. Son los órganos auténticos de magisterio —Papa, obispos, concilio—, sí, pero con un nuevo lenguaje y nuevo discurso pues ya no versa sobre la verdad de la divinidad sino principalmente sobre los problemas de la humanidad y de su divinización… Hay un riesgo inmenso de desvincular así la autoridad de la verdad de Dios, pues poder sin sumisión a la verdad fácilmente degenera en maquiavelismo o en autoritarismo.

III – Instaurarlo todo en Cristo

1914 y 2014. Algunos elementos comunes (angustia generalizada, rumores de guerra, rechazo de Dios) y uno propio de nuestros tiempos (el culto del hombre en el templo santo, la Iglesia). ¿Qué hacer?

“En nuestro pontificado no tenemos sino un propósito: instaurarlo todo en Cristo, para que efectivamente todo y en todos sea Cristo” (Ef. 1, 10 y Col. 3, 11), sentenciaba el Papa Santo Pío X. El remedio, entonces, era —es y será siempre— Jesucristo, el Dios hecho hombre. Para salvar al mundo y traer la paz es necesario que Cristo reine, que su doctrina se extienda, que su Ley guarde y su amor florezca. Que Cristo vuelva a ser el fundamento de la vida social y privada. “Si alguno nos pide una frase simbólica, que exprese nuestro propósito, siempre le daremos sólo esta: instaurare omnia in Christo!

“Es necesario afirmar y revindicar el supremo dominio de Dios sobre los hombres y las criaturas, de modo que su derecho a gobernar y su poder reciban culto y sean fielmente observados por todos. Lo cual se realizará por Jesús el Cristo pues nadie puede poner otro fundamento, fuera del que está ya puesto, que es Cristo Jesús (I Cor 3, 11)”. ¿Y por qué camino llegar a Cristo? Por la Iglesia. “Cristo encomendó su doctrina y los preceptos de sus leyes a la Iglesia, la enriqueció con sus dones de gracia y salvación; a ella sola, a la Iglesia católica, apostólica y romana. Así debemos empeñarnos en hacer volver la sociedad humana a la doctrina de la Iglesia: ut consociationem hominum ad Ecclesiae disciplinam revocemus”. Éste era, en resumidas cuentas, el programa de acción de nuestro Santo Patrono.
 

  • El “omnia in Christo” de Monseñor Lefebvre. A Monseñor Lefebvre muchos le preguntaban el motivo por el cual había dado a la Fraternidad el nombre y el patronazgo de San Pío X. ¿Por la bandera antimodernista enarbolada? “Sí, era cierto, pero no lo era lo primero —contaba recientemente Monseñor Tissier de Mallerais, testigo presencial de esos primeros años—, la primera intención para nombrarlo nuestro patrono era la centralidad que San Pío X había dado al misterio de Jesucristo, centralidad reflejada en el in Christo omnia y la preocupación que tuvo por la formación y santidad sacerdotal. Ese había sido su primer motivo”.

Ciertamente, el que cree y ama a Jesucristo, lucha fieramente contra lo que atenta contra su doctrina y santidad. De ahí la lucha contra el modernismo declarada abiertamente por San Pío X y sostenida por nuestro fundador. El progresismo religioso y doctrinal diluye la verdad de Nuestro Salvador y destrona a Cristo poniéndolo al servicio del mundo y de los poderes que lo gobiernan.

Contra ese modernismo, por el honor y verdad de Cristo, se ha de luchar. Así, Monseñor Lefebvre nos legó, como inefable herencia, la fe y la Misa de siempre, el sacerdocio católico, los sacramentos canales de la gracia y de la transformación de las almas, el amor por el reino de Cristo que es la Iglesia. Lo que él había recibido, nos transmitió: en Cristo, todo; sin Cristo, nada.
 

  • Nuestro “todo en Cristo”. Y éste debe ser nuestro combate, nuestra bandera: volver al fundamento puesto por Dios que es Cristo Jesús. “Habrá que proclamar con más firmeza las verdades transmitidas por la Iglesia, toda su doctrina sobre la santidad del matrimonio, la educación doctrinal de los niños, la propiedad de los bienes y su uso, los deberes para y con quienes administran el Estado”, palabras de San Pío X que guardan extraordinaria actualidad en medio de la crisis sin precedentes que vivimos. Proclamar la doctrina a tiempo y a destiempo, defender el matrimonio verdadero, llevar el catecismo verdadero, apoyar la educación cristiana en nuestras escuelas, pelear por el bien común, y cuántas lecciones más podemos sacar de los textos de nuestro Patrono.

Todo en Cristo, sin Cristo nada.

Que el programa de acción de San Pío X, legado de nuestro fundador, se encarne en nuestras vidas por el amor a la doctrina y Misa de siempre, por el deseo de que Cristo sea todo en todos. Que la Virgen Santa nos conceda esta gracia. Con mi bendición.

Padre Mario Trejo
Superior del Distrito de América del Sur


NOTAS:

1. Sobre beatificaciones y canonizaciones posteriores al Vaticano II, ver números 134 y 145 de nuestra revista.
   


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