Editorial Iesus 153

Estimado Lector:

No hay mes o semana que no aparezca alguna noticia en la que la Iglesia Católica Romana, o es puesta en el banquillo de los acusados, o es confundida y humillada. Y, ay, duele decirlo, muchas veces la noticia es el Papa. Que la BBC de Londres publica una investigación sobre Juan Pablo II y sus cartas personales, que el noticiero trata de los anticonceptivos por zika y las declaraciones del Papa Francisco, que en YouTube se ve tal o cual video del diálogo interreligioso, etcétera.

Sabemos que las noticias de difusión masiva son tendenciosas. Deforman hechos, hablan o callan según convenga. Pero no se puede ocultar el sol con un dedo. El problema es evidente y no es nuevo: ya Pablo VI y Juan XXIII fueron Papas muy de avanzada en gestos y palabras. Más de cincuenta años llevamos así. El Concilio Vaticano II anda en el medio, justificando todo lo nuevo. Es cierto.

Pero esto, para el corazón católico, es lamento y sufrimiento, es angustia y herida. Duele. Ante tal situación no se puede quedar indiferente e impávido, imperturbable con flemática cara de lord inglés. Es la Madre Iglesia la que sufre despreciada, son hermanos redimidos por Cristo los que se pierden.

Uno tampoco puede ponerse a despotricar a mansalva maldiciendo a tiempo y a destiempo, burlándose con sobrador aire de sabelotodo, diciendo: “Ya no se puede hacer nada. No hay más que hacer sino sentarse a llorar y a lamentar, a velar y a condenar”.

Esto no va. Ya San Pío X advertía sobre el peligro del celo amargo,1 actitud que muchas veces encierra la orgullosa desesperación del que confía en fuerzas humanas.

Hay otro riesgo: titubear en la fe dudando de nuestra Madre la Iglesia Católica. Ella está llamada a seguir, en su historia, los pasos de su Fundador. Es así previsible un tiempo de humillación y confusión cual fueron las horas de la Pasión, cuando la divinidad de Cristo pareció esconderse tras los sufrimientos de su naturaleza humana.

Como el Divino Salvador sabía que la Pasión iba a ser una dura prueba para la fe, más de una vez quiso anunciar a sus discípulos lo que iba a suceder para que no se escandalizasen cuando llegase el oscuro atardecer del calvario.

Así también Nuestro Señor previene, en el sermón escatológico, de los males que sobrevendrán.2 Y en la última Cena aclara que los anuncios de las pruebas venideras son para que no nos escandalicemos cuando se hagan presentes: “Os he dicho esto para que, cuando el tiempo venga, os acordéis que Yo os lo había dicho”.3 De ahí este número, estimado lector, que aborda temas presentes –como el actual uso de la noción de misericordia– y perspectivas de tiempos futuros.

Quiera la Virgen Fiel guardar en sus hijos la fe siempre firme en Cristo y en su Iglesia.

Padre Mario Trejo, Superior del Distrito de América del Sur

  • 1. 1. En su primera encíclica “E Supremi Apostolatus”:“Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo amargo: es más, increpar con acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso que útil”. Y precaviéndose de los que podrían retrucarle sospechando de su ortodoxia, se adelanta a la posible objeción: “Ciertamente el Apóstol exhortaba a Timoteo: Arguye, exige, increpa, pero añadía, con toda paciencia”. “Que el Señor no está en la agitación” (de internet…).
  • 2. 2. “Mirad que os lo he predicho”, San Mateo 24, 25.
  • 3. 3. San Juan, 16, 1-4.