Confusión por un abrazo de Francisco

Fuente: Distrito de México

Dos divorciados proclamaron ante él su convivencia sin ninguna señal de arrepentimiento y afirmando que Dios es el centro de sus vidas.

Durante el encuentro con las familias en Tuxtla Gutiérrez este 15 de febrero, varias personas presentaron su testimonio ante el Papa. Entre ellas, Humberto y Claudia Gómez. Llevan casados por lo civil 16 años y tienen un hijo de 11. Él era soltero, ella divorciada con 3 hijos. Estaban alejados de la Iglesia hasta que hace tres años se incorporaron a un grupo de pastoral para personas en su situación: “Recibimos amor y misericordia de nuestros hermanos de grupo, de nuestros sacerdotes. Después de recibir el abrazo y amor de Nuestro Señor, sentimos que el corazón no nos cabía en el pecho. Los divorciados vueltos a casar no podemos acceder a la Eucaristía, pero podemos comulgar a través del hermano necesitado, del hermano enfermo, del hermano privado de su libertad… Somos bendecidos porque tenemos un matrimonio y una familia donde el centro es Dios”, concluyó.  Tras escuchar estas palabras, Francisco se levantó, les abrazó calurosamente y departió amistosamente con ellos.

Y ahora ¿qué? ¿Cuál es la lección que han de extraer los católicos, y que obviamente se les quiso impartir? Sin duda Francisco quiso representar con un caso concreto su visión del reciente sínodo de la familia.

Se podrá decir, y es verdad, que el matrimonio Gómez ni comulga ni reivindicó poder hacerlo. Que, incluso, parece aceptar como justa esa prohibición.

Pero el resto de la escena, ¿qué transmite? ¿Transmite que el Papa da por bueno que Dios es el centro de un matrimonio que no existe y que no muestra arrepentimiento alguno respecto a su situación? ¿Transmite, por el contrario, un simple respaldo al camino de conversión iniciado por la pareja hace tres años, para que, mediante la comprensión y la misericordia, ese camino conduzca finalmente a su conversión real, al abandono de su situación objetiva de pecado y al retorno a los sacramentos?

Todo es confusión, pues, objetivamente, hemos asistido a la exhibición de un adulterio en un entorno amable en presencia del Papa. Con lo cual el Papa obliga al fiel católico, para no desesperar ante hecho tan insólito, a interrogarse sobre algo que no debería juzgar, como la disposición subjetiva de estas personas. ¿Están recorriendo un camino hacia Dios con unas dificultades que hay que considerar en caridad y concluirá en una reforma real de vida, o están proclamando con orgullo que ya han llegado al final de su camino, aunque eso implique no reconocer que la Ley de Dios también les obliga a ellos?

Sólo si sirve para que recemos por Humberto y Claudia y sea al final la primera opción la verdadera, habrá valido de algo un momento tan lamentable de la visita apostólica de Francisco a México.