El “nuevo” Rosario: es tiempo de decir adiós

Fuente: Distrito de México

¿Sabían que el Papa Juan Pablo II cambió la manera de rezar el rosario? He aquí un artículo interesante sobre los nuevos misterios "luminosos".

Nota del editor: este artículo fue publicado inicialmente en The Remnant en 2010. Desde que el papa Francisco ha corrido la cortina para exponer el golpe de estado radical que se viene desarrollando en la Iglesia desde hace mucho tiempo, sin embargo, tengo la certeza de que los católicos pensantes están más dispuestos que antes a reconocer que las innovaciones “progresistas” de la última mitad de siglo fueron ataques auto-infligidos a la novia de Cristo. El ataque a la misa ha estado bien documentado en estas páginas, pero la “reforma” del Rosario no fue menos revolucionaria por su audacia. Codificada por San Pio V en el Concilio de Trento, la forma tradicional del Rosario, ofrecida por Nuestra Señora a través de Santo Domingo, es lo que es por razones que sobrepasan enormemente cualquier aspiración humana de añadirle elementos, sin importar qué tan piadosos estos elementos puedan ser.

El papa Juan Pablo estaba anciano y enfermo cuando finalmente lograron cansarlo al punto de animarse a cambiar el Rosario, e incluso entonces, sólo permitió el cambio como una opción que los católicos pueden tomar o dejar. (A veces me pregunto cuántas otras tretas se mandaron por aquellos años Walter Kasper y los de su clase en nombre del papa Juan Pablo). En todo caso, por fidelidad a Nuestra Señora, los católicos de todo el mundo deben reconsiderar los misterios luminosos. ¿Por qué? Continúe leyendo…


En la edición de The Remnant del 15 de mayo observé un aviso publicado por los Canónigos Regulares de San Juan Cancio promoviendo “El Rosario Tradicional” y recomendando que se rece “el Salterio de Nuestra Señora — 150 Ave Marías”. La referencia al Salterio es reveladora, dado que el Rosario tradicional está basado en el viejo Salterio de 150 salmos: 150 canciones a María; cincuenta Aves por cada uno de la tríada de misterios—el gozoso, el doloroso, el glorioso; una oración trina dirigida a la Madre de Dios.

La referencia al Salterio es reveladora por otra razón: de manera indirecta es un comentario desfavorable hacia el “nuevo” Rosario de Juan Pablo II, que agregó cinco misterios “luminosos”, y por tanto otros 50 Aves, al Rosario tradicional. Esto suma un total de 200 Aves, destruyendo la vieja correspondencia del Rosario con los 150 salmos del Salterio; el Rosario ya no sería “el Salterio de Nuestra Señora”. Entonces, por supuesto, el “nuevo” Rosario no sería trino, sino que tendría cuatro partes de 50 Aves cada uno: gozoso, doloroso, glorioso y “luminoso”.

La aprobación que recibió del New York Times, incansable enemigo del catolicismo romano tradicional, demostró que el “nuevo” Rosario fue una innovación imprevista: “una y otra vez,” escribió Frank Bruni: “el papa Juan Pablo II llega a lugares que otros papas no habían llegado: una sinagoga, una pista de ski, países lejanos de poblaciones pequeñas. El miércoles, aparentemente, cruzará otra frontera, haciendo un cambio significativo en el Rosario, un método distintivo de oración católica durante siglos.” El artículo cita un “oficial de alto rango del Vaticano” para afirmar que este cambio en el Rosario está en consonancia con “la creatividad y valentía del Papa.” (“El Papa Añade Nuevos Misterios al Rosario”, Frank Bruni, The New York Times, 14 de octubre, 2002)

La tradición eclesiástica descarta la “creatividad”, dado que la propia noción de tradición—traditio— implica transmitir aquello que uno ya ha recibido. Tampoco fue “valiente” el Papa al cambiar el Rosario, dado que la valentía es “el estado o cualidad de la mente o espíritu que permite enfrentarse al peligro, el miedo, o las vicisitudes con dominio de sí, confianza, y resolución; coraje.” Juan Pablo II no enfrentaba ningún peligro, miedo o vicisitud que requiriera que cambie el Rosario. Por otro lado, si el peligro o el miedo surgen del cambio en sí, precisamente porque el Rosario ha sido “un método distintivo de oración católica durante siglos,” ¿no estamos acaso lidiando con un acto imprudente en lugar de valiente?

Los neocatólicos, expertos conocedores de lo novedoso, que se tragaron incluso lo de las “monaguillas” de Juan Pablo II sin protestar e insistieron durante cuarenta años con que la misa tridentina estaba “prohibida”, objetarán que esto es sólo otro ejemplo de tradicionalismo quisquilloso: “150 Ave Marías o 200 Ave Marías, tres partes o cuatro partes— ¿qué diferencia hay?”. Dejaré que alguien que algo sabía sobre el Rosario responda esta objeción por mí. Él escribió:

El Rosario, según la tradición admitida por nuestro Predecesor S. Pío V y por él propuesta autorizadamente, consta de varios elementos orgánicamente dispuestos:

… una serie de misterios de la salvación, sabiamente distribuidos en tres ciclos que expresan el gozo de los tiempos mesiánicos, el dolor salvífico de Cristo, la gloria del Resucitado que inunda la Iglesia …

… la serie continuada de las Avemarías es una característica peculiar del Rosario y su número, en la forma típica y plenaria de ciento cincuenta, presenta cierta analogía con el Salterio y es un dato que se remonta a los orígenes mismos de este piadoso ejercicio.

Pero tal número, según una comprobada costumbre, se distribuye —dividido en decenas para cada misterio— en los tres ciclos de los que hablamos antes, dando lugar a la conocida forma del Rosario…

…se ha convertido en la medida habitual de la práctica del mismo y que ha sido así adoptado por la piedad popular y aprobado por la Autoridad pontificia, que lo enriqueció también con numerosas indulgencias." 

Sin dudas, mi cita generará aún más objeciones entre los neocatólicos quienes dirán que, una vez más, los tradicionalistas presentan comentarios que demuestran que ellos se consideran “más católicos que el Papa”. Sin embargo, hay un problema: el comentario que cité es de un Papa. Es más, el Papa no es nada más y nada menos que Pablo VI, escribiendo en Marialis Cultus (1974)—tan sólo 28 años antes de que Juan Pablo proponga su “nuevo” Rosario en lugar del tradicional.

Ciertamente, los tradicionalistas coinciden con Pablo VI en que el Rosario tradicional está “sabiamente distribuido en tres ciclos,” que conlleva una “analogía con el Salterio,” “un dato que se remonta a los orígenes mismos de este piadoso ejercicio,”  y que estos elementos tradicionales del Rosario—que serían negados al introducir un Rosario de cuatro partes y 200 Ave Marías—estaban “según la tradición admitida por San Pío V y por él propuesta autorizadamente.”

Y también nosotros, los tradicionalistas, coincidimos con la observación adicional del papa Pablo VI en Marialis Cultus que “la triple división de los misterios del Rosario no sólo se adapta estrictamente al orden cronológico de los hechos, sino que sobre todo refleja el esquema del primitivo anuncio de la fe y propone nuevamente el misterio de Cristo de la misma manera que fue visto por San Pablo en el celeste “himno” de la Carta a los Filipenses: humillación, muerte, exaltación….”

Dos años antes de promulgar Marialis Cultus, Pablo VI rechazó la infame propuesta de Annibale Bugnini de “reformar” el Rosario para que el Padre Nuestro se recite una única vez al comienzo, se editen los Ave Marías para incluir sólo “la porción bíblica de la oración,” y que el “Santa María, Madre de Dios” se mencione “únicamente al final de cada décimo Ave María.”

El papa Pablo respondió a la ridícula idea a través del Secretario de Estado del Vaticano: “los fieles concluirían que “el papa ha cambiado el Rosario, y el efecto psicológico sería desastroso. Cualquier cambio en él no haría más que reducir la confianza de los sencillos y de los pobres.” El mismo año en que Marialis Cultus fue promulgada, Bugnini fue despedido y enviado a Irán, cuando Pablo VI leyó un dossier documentando la afiliación masónica de Bugnini—un dossier cuya existencia incluso fue admitida por el propio Bugnini en su autobiografía.

Entonces, el Rosario tradicional corrió la misma suerte que la misa tridentina. Qué tragedia que el papa Pablo haya encontrado la fuerza para defender la tradición únicamente con el Rosario, habiendo entregado ya el corazón mismo de la adoración católica a las depredaciones de los innovadores a quienes él mismo había dado rienda suelta en la Iglesia y cayendo en la cuenta, demasiado tarde, de lo que había hecho. El Rosario tradicional se habrá salvado del destino de la misa tridentina, pero Bugnini había destruido el objetivo principal. Misión cumplida.

Por las mismas razones citadas por Pablo VI, Juan Pablo II no tenía derecho a reemplazar el Rosario tradicional con su innovación, que en primer lugar nadie había solicitado. Y por esas mismas razones Juan Pablo II no lo hizo, sino que dejó claro en RVM[1] (Rosarium Virginis Mariae) que sus “nuevos” misterios del Rosario sólo era “una propuesta adicional al patrón tradicional” dejándola a “libertad de los individuos y comunidades.” En otras palabras, el “nuevo” Rosario es otra opción postconciliar que los expertos en novedades, lamentable y predeciblemente, tratarán como obligatoria de facto.

Sin embargo, casi ocho años después, muy pocos católicos mencionarían los misterios “luminosos”—o, para el caso, los tradicionales. Para la mayoría de los católicos, los misterios luminosos son misterios nebulosos. Deberíamos dejarlo así. Cuanto menos se diga acerca de ellos, mejor. Dejemos que desaparezcan de la memoria, así como la misa de Bugnini desaparecerá de la memoria según los tiempos de Dios.

El Rosario tradicional, sin embargo, perdurará así como perdurará la Misa Tridentina, sin importar qué pocos católicos permanecen fieles a ella en el presente. Como todas las demás novedades que han intentado echar raíces en el suelo árido de la “renovación del Vaticano II”, el “nuevo” Rosario será barrido por los vientos del cambio—los vientos que vienen da la misma eterna Fuente que restaurará a la Iglesia, a pesar de los planes de aquellos que piensan que la “renovación” todavía tiene futuro.

Christopher A. Ferrara

Fuente: The Remnant

Traducción de Marilina Manteiga en Adelante la Fe