La Liturgia, rostro de la Iglesia

Fuente: Distrito de América del Sur

La misa tradicional, tesoro visible de la Iglesia

¿Por qué se hace cada vez más difícil creer en la Iglesia? El atractivo esplendor de la Iglesia se ha hecho especialmente visible a los hombres desde siempre en su Liturgia, pues allí brillan especialmente sus cuatro notas o hermosuras. Pero la reforma litúrgica llevada a cabo por el último Concilio ha atentado gravemente contra cada una de estas cuatro notas de la visibilidad de la Iglesia, provocando como un eclipse de su belleza. No hay en ella parecer, no hay hermosura para que le miremos, ni apariencia para que en ella nos complazcamos (Isaías, 53, 2).

La reforma litúrgica y la apostolicidad de la Iglesia

La Constitución conciliar sobre la Liturgia dio cuatro motivos para llevar adelante una reforma general:

Este sacrosanto Concilio se propone 1- acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, 2- adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, 3- promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y 4- fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia.1

Ahora bien, la "lex orandi" (ley de la oración) está tan íntimamente ligada a la "lex credendi" (ley de la fe) que participa de manera notable de la fijeza del dogma. Así como la doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada,2 así también la Liturgia fue instituida por Jesucristo en un estado substancialmente perfecto y debe conservarse por tradición. Dado el estrecho vínculo que existe entre la fe y la liturgia (lex orandi - lex credendi), esta última obedece a leyes análogas a las de la misma fe, es decir que exige ser preservada con gran cuidado, y por lo tanto que está esencialmente orientada a la conservación.3

De aquí que, así como la Iglesia, para acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana,4  reformó siempre las costumbres por un retorno a la más pura tradición doctrinal, así también toda reforma litúrgica siempre consistió esencialmente ‒como la misma palabra "reforma" lo indica‒ en un regreso a las formas tradicionales.

Si San Pío V, al reformar el Misal, pudo declarar ese rito como intangible, fue porque lo había regresado ad pristinam Sanctorum Patrum normam ac ritum, a la primitiva norma y rito de los Santos Padres.6

Pero lo que el Concilio trajo a la Iglesia no fue una reforma litúrgica, sino una verdadera recreación en patente ruptura con la tradición. El mismo Monseñor Bugnini lo ha reconocido:

En la reforma del culto católico, no se trata solamente de retocar una obra de arte de gran precio, sino que a veces es necesario dar estructuras nuevas a ritos enteros. Se trata más bien de una restauración fundamental, diría casi de una refundición y, para ciertos puntos, de una verdadera nueva creación.7

Y Benedicto XVI, siendo todavía cardenal, llegó a denunciarlo con fuertes palabras:

La promulgación de la prohibición del Misal que se había desarrollado a lo largo de los siglos desde el tiempo de los sacramentales de la Iglesia antigua, comportó una ruptura en la historia de la liturgia cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas. […] Se destruyó el antiguo edificio y se construyó otro, si bien con el material del cual estaba hecho el edificio antiguo […] Se ha desarrollado la impresión de que la liturgia se «hace», que no es algo que existe antes que nosotros, algo «dado» […] Estoy convencido de que la crisis eclesial en la que nos encontramos hoy depende en gran parte del hundimiento de la liturgia.8

Mas así como ni un Papa, ni un concilio y ni un ángel del cielo pueden cambiar las definiciones dogmáticas que establecieron los Papas y concilios anteriores, así también ningún Papa ni ningún concilio tiene autoridad para cambiar substancialmente las instituciones litúrgicas tradicionales. No han dejado de recordarlo reconocidos expertos en liturgia con relación a la reforma del Concilio:

El resultado de todo esto es que podemos preguntarnos: ¿un remodelamiento tan radical se mantiene todavía en el cuadro de la tradición de la Iglesia? […] Muchos autores agregan aun expresamente que, en consecuencia, no pertenece al poder discrecional del Papa el abolir el rito tradicional. 

Así, el célebre teólogo Suárez († 1617), aludiendo a autores más antiguos como Cayetano († 1534), piensa que el Papa sería cismático «si no quisiera —como es deber suyo— mantener la unidad y el vínculo con el cuerpo entero de la Iglesia, por ejemplo si tratara de excomulgar a toda la Iglesia o si quisiera modificar todos los ritos confirmados por la tradición apostólica».9

En conclusión, la recreación litúrgica llevada a cabo bajo la autoridad del Concilio constituyó un verdadero atentado contra la apostolicidad de la Iglesia en cuanto rompe con la liturgia tradicional.

La reforma litúrgica y la unidad de la Iglesia

La unidad vital de la Iglesia reside como en su primer fundamento en la verdad revelada, expresada en el Símbolo y profesada en el culto:

La verdadera Iglesia se dice Una —enseña el Catecismo Mayor de San Pío X— porque sus hijos, de cualquier tiempo y lugar, están unidos entre sí en una misma fe, un mismo culto, una misma ley y en la participación de unos mismos sacramentos bajo una misma cabeza visible, el Romano Pontífice.

De allí que, después de la integridad en la definición de la fe procurada por el Magisterio, el mayor servicio a favor de la unidad de la Iglesia que puede prestar la Jerarquía eclesiástica es cuidar la pureza doctrinal en el culto litúrgico, que es donde la fe se profesa.

Ahora bien, como vimos, el Concilio decidió comprometer la Liturgia en el nuevo ecumenismo: Este sacrosanto Concilio se propone […] promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo,10  intención que predominó en el trabajo del Consilium (agrupación que llevó a cabo la reforma litúrgica), como reconoce Mons. Bugnini:

La reforma litúrgica es una gran conquista de la Iglesia católica, con importantes repercusiones ecuménicas; no sólo ha provocado la admiración de otras iglesias y comunidades cristianas, sino que además representa para ellas una especie de modelo.11

Pero la estrategia ecumenista, por la que se procura la unión con los no católicos por la actividad común, dejando de lado los puntos conflictivos de doctrina, implicó mutilar la profesión litúrgica de la fe en la medida de sus herejías. Desde entonces, de la Liturgia, que debía ser la fuente primera e indispensable del espíritu cristiano entre los fieles católicos (San Pío X), sólo mana el espíritu ambiguo de un cristianismo parcial.

En conclusión, a causa especialmente de su dimensión ecuménica, la liturgia reformada por el Concilio constituyó un atentado contra la unidad de la Iglesia.

  • 1Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Cocilium, n°1
  • 2Concilio Vaticano I: Constitución “Dei Filius”, DS 3020.
  • 3Cardenal Alfonso Stickler: “Klaus Gamber, historien de la liturgie”, en “Klaus Gamber, La Réforme liturgique en question”, Sainte-Madeleine 1992, pág. 9.
  • 4Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n°1
  • 6San Pío V: Bula “Quo primum tempore”, 19 de julio de 1570: “Ad pristinam Missale ipsum sanctorum Patrum normam ac ritum restituerunt”.
  • 7Conferencia de prensa del 4 de enero de 1967.
  • 8Joseph Ratzinger: “Mi vida. Recuerdos (1927-1977)”, Encuentro Ediciones 1997, págs. 122-125.
  • 9Monseñor Klaus Gamber: “La Réforme liturguique en question”, Éd. Sainte-Madeleine 1992, con prefacios del Cardenal Silvio Oddi, de Monseñor Wilhelm Nyssen, del Cardenal Joseph Ratzinger y del Cardenal Alfonso Stickler. Véase el capítulo 3: “Le Pape a-t-il le droit de changer le rite?”, págs. 36-37.
  • 10Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n°1
  • 11“Notitiæ” 92, de abril de 1974, pág. 126. Cita referida por Celier: “La dimension œcuménique de la réforme liturgique”, Ed. Fideliter, 1987, pág. 7.

"¡Guardad la Misa de siempre!" (del testamento de S.E.R. Monseñor Marcel Lefebvre)

La reforma litúrgica y la santidad de la Iglesia

La primera propiedad de la liturgia es la santidad o sacralidad: Debe ser santa, y por lo tanto excluir todo lo profano.12 Pero tras la aplicación de la reforma litúrgica, un efecto inmediatamente observado en las celebraciones litúrgicas del mundo entero fue la desacralización, esto es, la pérdida del sentido del misterio sagrado en el culto divino.

La desacralización se sigue de la intención conciliar de apertura al mundo: Este sacrosanto Concilio se propone […] fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia,13  por la que se ha renunciado a las exigencias tradicionales para acceder en particular a la Eucaristía. Es también consecuencia del principio de inteligibilidad, puesto por Sacrosanctum Concilium, nº 21:

En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria.

Porque al pretender que el significado de los ritos se haga claro para el hombre de hoy, tan superficial, se banaliza su misterioso simbolismo. Así lo reconocía Pablo VI al renunciar al latín, la lengua sagrada de la liturgia:

Perdemos el habla de los siglos cristianos, llegamos a ser como intrusos y profanos en el recinto literario de la expresión sagrada, […pero] vale más la inteligencia de la oración.14

En conclusión, la reforma que salió del Concilio no ha sido litúrgica sino más bien antilitúrgica, lo que constituye un gravísimo atentado contra la santidad de la Iglesia. Este juicio tan negativo está refrendado por el impresionante cumplimiento de las doce notas con que Dom Guéranger caracteriza lo que llamó la herejía antilitúrgica,14 criterio ciertamente imparcial y de gran autoridad, como lo dice un Breve de Pío IX del 19 de marzo de 1875.

La reforma litúrgica y la catolicidad de la Iglesia

La intención de adaptación puesta por el Concilio: Este sacrosanto Concilio se propone […] adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio,15  tomará luego el nombre oficial de inculturación de la liturgia. Está regulada por las Normas para adaptar la Liturgia a la mentalidad y tradiciones de los pueblos,16  y supone que, sobre la reforma general promulgada por Roma, se deben llevar a cabo infinidad de reformas especiales, de acuerdo a las particularidades culturales de cada región y grupo. Junto con la ecuménica, es intención principalísima en la reforma conciliar:

En su Carta apostólica Vicesimus quintus annus, el Papa Juan Pablo II ha señalado, como un cometido importante para la renovación litúrgica, la tarea de enraizar la Liturgia en las diversas culturas.16

El principio de inculturación rompe con la centralización de la autoridad litúrgica alcanzada en el Concilio de Trento para protección de la unidad de la Iglesia, pues sólo la autoridad local (las conferencias episcopales) puede discernir las adaptaciones concretas para cada lugar:

Tratándose de culturas locales, se explica por qué la Constitución Sacrosanctum Concilium pide sobre este punto la intervención de las competentes asambleas territoriales de Obispos legítimamente constituidas.17

Y supone además un proceso de reforma continua, como se ha verificado desde el Concilio hasta hoy.

La Constitución conciliar dice: La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia.18  Pero esta afirmación roza la falsedad porque la Liturgia es la profesión popular de la fe, de allí que la Iglesia siempre deseó la uniformidad litúrgica, que no hay por qué calificarla de rígida, y más bien toleró la diversidad. La uniformidad del rito romano protegió de los cismas a la Iglesia latina y sostuvo la maravillosa evangelización de los pueblos hispanoamericanos.

Si la catolicidad de la Iglesia resplandece justamente en la Liturgia, es porque ésta posee como su cualidad más propia, la universalidad: Las cualidades propias de la liturgia son precisamente la santidad y la bondad de formas, de las que surge espontáneamente el otro carácter suyo, que es la universalidad.19

La universalidad del arte litúrgico católico se funda en la universalidad de la verdad: como Dios, Verdad primera, es el fundamento universal de todas las cosas, mientras más altas y perfectas son éstas, más brilla su universalidad. De allí que, como lo han comprobado a lo largo de siglos los misioneros de América, África y Asia, la solemnidad de una Misa gregoriana eleva el corazón de todo hombre de buena voluntad.

La supuesta necesidad de la inculturación de la Liturgia niega su carácter universal ‒o al menos lo reduce a muy poca cosa‒. Y el principio primero del que proviene esta negación, es el subjetivismo del pensamiento moderno que, herido por un cierto escepticismo, cree que la universalidad del conocimiento es un defecto del intelecto humano y no una consecuencia de la universalidad de la verdad objetiva de las cosas.

Conclusión: en la medida en que ha buscado diversificarse en una multitud infinita de liturgias inculturadas, la reforma litúrgica conciliar atentó también contra la catolicidad de la Iglesia.

  • 12San Pío X: Motu Proprio “Tra le sollecitudini”, del 22 de noviembre de 1903.
  • 13Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n°1
  • 14 a b Pablo VI: Audiencia del 26 de noviembre de 1969.
  • 15Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n°1
  • 16 a b Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, nros. 37-40
  • 17Sacrosanctum Concilium, citado por la Congregación para el culto divino, La liturgia romana y la inculturación, nº 31-32.
  • 18Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, n°37
  • 19San Pío X: Motu Proprio “Tra le sollecitudini”, del 22 de noviembre de 1903.