Sermón de Corpus Christi en Corrientes, Argentina
La bendición de Corpus en nuestra pequeña capilla correntina
"He aquí el Pan de los Ángeles, hecho alimentos de los viajantes hacia el Cielo." Debemos conformar nuestra vida con la de los espíritus celestiales si queremos emprender este camino hacia la vida eterna.
La fiesta de Corpus es una de las grandes fiestas de la Sagrada Eucaristía. El "Corpus Christi" es el sacramento más importante para el pueblo católico y – nos atrevemos a decir – para el mundo, porque es justamente nuestro Señor oculto sustancialmente bajo las apariencias de pan y vino en la Consagración; es un sacramento importante por la persona que contiene: nuestro Señor, y por lo que significa en cuanto al modo de realizarse la materia del sacramento.
Pero quisiera sólo llamar su atención sobre la Secuencia de la misa de hoy. Muy pocas misas tienen Secuencia: un poema que sigue al canto del Aleluya. Las Secuencias sirven para manifestar, declarar, desvelar el misterio. Esta Secuencia es una descripción hermosísima y teológica de lo que es el Santo Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía, para el pueblo católico. Quisiera detenerme en una de las últimas estrofas, una de las más conocidas:
He aquí el pan de los Ángeles, Hecho alimento de viandantes: Es verdaderamente el Pan de los hijos, que no debe ser hechado a los perros.
Pan de los Ángeles es la primera descripción que da Santo Tomás, autor de dicha Secuencia, a la Santa Eucaristía. Los ángeles son esos espíritus puros, de inteligencia y voluntad pura, sin nada de materia, sin cuerpo; cuya obra más alta es conocer y contemplar la Verdad y el Bien. Por eso Dios en el Cielo es el alimento, si podemos hablar de esta manera, de los Ángeles porque Dios es la Suma Verdad y el Sumo Bien.
Como el sacramento de la Eucaristía contiene el Cuerpo de nuestro Señor, conservándole su alma y divinidad, es decir, contiene a Dios; entonces nuestro Señor es verdadero pan de los Ángeles. Aquél que es alimento en el Cielo se nos oculta aquí en la tierra y así como es pan de los Ángeles en el cielo, también es pan de los Ángeles en la tierra.
Si nuestros ojos de carne perdieran su velo podríamos ver alrededor del altar los millares de Ángeles adorando la Majestad divina, contemplando la Verdad suma y amando al sumo Bien; pero esta frase tiene también una consecuencia para el hombre porque el hombre, por ser criatura de Dios, criatura espiritual, si quiere aprovechar lo más posible este augusto sacramento debe, entonces, convertirse en un Ángel en su propia vida. No pudiendo ser Ángel por naturaleza, el hombre debe ser Ángel en sus costumbres. ¿Qué quiere decir esto?: no es un angelismo; quiere decir que el hombre debe vivir mucho más en las regiones celestiales, es decir, con su inteligencia mirando al Cielo y amando el gran bien de la vida eterna, y toda su vida humana debe conformarla a esos principios celestiales. El Ángel no tiene cuerpo, no depende del cuerpo; en cambio el hombre tiene cuerpo y, por supuesto, que es un instrumento, pero debe ser un instrumento de salvación, que le sirva para contemplar y agregarse a las verdades eternas y espirituales.
El hombre no debe vivir sus pasiones como los animales, sino que debe vivir según el espíritu, debe conocer la Verdad suma, la Verdad suprema que enseñó nuestro Señor y por lo tanto amando esa Verdad debe convertir toda su vida, reordenarla hacia Dios.
Esa es la primera intención de la Sagrada Eucaristía: alimentar al hombre en cuanto espíritu, no en cuanto cuerpo. Por eso Santo Tomás llama al Santísimo Sacramento de la Eucaristía pan de los Ángeles.
Es nuestra obligación vivir más del Cielo que de la tierra, ser más espirituales que pasionales, dejar de ser el “hombre animal” como lo llama San Pablo, para ser hombre espiritual, es decir, aquel hombre que ve todas las cosas con la mirada de Dios, no con la mirada de las pasiones; no con la mirada del pecado.
Final de la procesión por las calles de la capital de Corrientes
Mientras estamos en este largo viaje hasta nuestra verdadera casa, este Pan de los Ángeles que debe alimentar al hombre en cuerpo espiritual, se ha hecho alimento de viajeros.
Cuando emprendemos un viaje largo, una de las preguntas que surgen es: ¿qué vamos a comer durante el viaje; dónde vamos a comer? Ya que el viaje exige un esfuerzo y uno tiene que recuperar las fuerzas, alimentarse para poder seguir viajando; y en este largo viaje de la vida hacia la Patria Celestial, Dios nos provee de un alimento sumamente necesario para fortalecer nuestra alma porque, en realidad, el viaje en esta tierra es más un viaje del alma que del cuerpo, porque al alma le corresponde estar en el cielo, y entonces Dios nos da ese alimento espiritual que es el Santo Sacramento del Altar, verdadero alimento del alma, alimento sustancial que contiene todo lo necesario para no desfallecer en el camino, porque contiene a Jesús. No hay nada que pueda alimentar más al alma que aquel que es sin fin. Es alimento omnipotente que tiene la capacidad de fortalecer el alma durante todo el viaje para evitar que tropecemos por debilidad; pero si tropezamos, tiene el poder para que no caigamos, y si caemos, tiene el poder suficiente para levantarnos. De allí que la confesión mira como a su fin, como a su sol, al Santo Sacramento del altar. ¿Por qué Dios ha establecido el sacramento de la confesión? Para limpiar las almas de tal manera que el hombre pueda aprovechar completamente este Santo Sacramento del Altar. Una confesión que no llevara y no empujara a la Comunión sería una confesión desnaturalizada, trunca, que no lleva su obra a la perfección. Por eso el segundo precepto de la Iglesia es confesar al menos una vez al año, es decir, que apunta a la unión perfecta con Dios.
La Santa Eucaristía, como todo alimento y toda medicina, es fortalecimiento del alma para las futuras tentaciones, los combates; y uno debe disponerse de la mejor manera para aprovechar todo su efecto. Es sacramento omnipotente, porque la persona que comunica es Dios omnipotente. Si luego de comulgar volvemos a nuestros pecados no es por defecto del sacramento, sino porque nosotros no nos disponemos para aprovecharlo, para unirnos de manera más perfecta a Dios. Hace falta disponer nuestras almas, por eso es necesaria también la comunión frecuente. Porque somos débiles, flojos en este viaje a la Patria Celestial, necesitamos fortificarnos cada vez más por nuestra propia debilidad.
Es como decir lo que dice San Pablo en la Epístola del Corpus Christi:
Aquel que come y bebe indignamente se come su propia condenación.
El hijo lleva naturalmente la imagen de su padre en lo físico: en el cuerpo y en el alma. Cuántas veces cuando hay discusiones entre los esposos acerca de los hijos, lo primero que sale es si es igual a vos, cómo no querés que no sea así, porque de hecho, lleva la imagen del padre. Ahora, si somos hijos de Dios ¿cuál es la imagen que debemos llevar en nuestra alma? Sin duda, la imagen de Dios que es Espíritu, Verdad y Bien. Por eso la vida del católico debe llevarse viviendo la Verdad y haciendo el bien: es la única manera de llevar la imagen de Dios.
Para ser verdaderos hijos del Omnipotente, Dios ha instituido el Santo Sacramento del Altar; para que en nosotros la imagen dada en el Bautismo sea llevada a la plenitud, es decir, la figura de Cristo. Cuanto más comulgamos, más unidos estamos a nuestro Señor, cuanto más unidos a Dios, más verdaderos hijos somos porque más nos une el amor a nuestro Padre. El que no es hijo no puede recibir el Santo Sacramento del Altar.
El pan de los hijos no debe ser hechado a los perros, es decir, no debe ser dado a los animales. ¿Qué hombre que se precie como tal alimenta a su mascota en vez de alimentar a su hijo? Nadie, y el que lo hiciera sería un criminal y no ameritaría el nombre de padre, porque está dañando algo de su obra que es su hijo.
Los hijos de Dios, lamentablemente, podemos convertirnos en perros. El perro tiene la particularidad de que vaya por donde vaya se la pasa hocicando todas las cosas, pero siempre mirando para abajo, y el católico que también se la pasa "hocicando las cosas de este mundo" con su mirada hacia abajo se iguala a un perro porque en vez de mirar hacia arriba, a lo celestial, mira hacia abajo, a lo terrenal. Por eso Santo Tomás dice este pan es pan de hijos y no de perros, por lo tanto, para ser verdaderos hijos debemos levantar la mirada hacia Dios y dejar de guiarnos por nuestras pasiones y principios del mundo.
He aquí el pan de los Ángeles, hecho alimento de los viajeros, es verdaderamente el Pan de los hijos que no debe ser echado a los perros.
Pidamos a nuestra Madre que cambie nuestra vida animal y que nos de un sentido espiritual para vivir más en el espíritu y menos según la carne. Que no nos igualemos a los perros. Pidámosle que seamos verdaderos hijos de Dios que llevan la imagen de su Padre.
Digamos al mundo entero he aquí el Pan de los Ángeles, verdadero Pan de los hijos que no debe ser hechado a los perros.
Ave María Purísima...
R.P. Nicolás López
Sermón predicado el domingo 3 de junio de 2018
Solemnidad de Corpus Christi